A las 6:20 a.m. se rompe la paz de una noche silente; fenómeno extraño ese cuando un sonido, en este caso, el despertador, genera una idea diferente en el sueño, a veces es molesto, hoy no, esta vez a nivel onírico se trató de que un perro muy bonito me ladraba, en la realidad era el maldito despertador zangoloteándome fuera de mi sueño.
El responsable de inventar el botón de snooze, ahora es también responsable de que a pesar de haberme despertado desde las 6:20, esté apenas remojando mis rizos dorados con mi champú no-más-lágrimas a las 6:46, ¡mal rayo te parta Lew Wallace!
Al sonido de un par de aplausos, un equipo de mozos, cocineros y juglares me esperan con el desayuno y las noticias del reino en la mesa que flanquea la alberca. El bolero lustra mis polainas, el caballerango ensilla mi caballo, la modista abombacha mi bombín, la herrera afila mi mosquete y el señor obispo se avispa en darme la bendición, la desglosada, esa que consiste en tres pequeñas bendiciones, una en la frente, una en la boca y la otra en el pecho. Me alejo del pueblo, mientras hartos pétalos vuelan honrando mi paso por ahí.
Dirigíame al cuartel donde día con día planeo la conquista mundial. Pero hoy es un día diferente, eventualmente será día de guardar, aunque todavía no lo es. Pero sonrío con la idea de que cada vez falta menos para que sea festivo, no sólo en el país, sino por lo menos en el continente. Ya veremos –me digo, y una risa macabra desconcierta a varios transeúntes que me rodeaban en el momento.
Descanso el brazo en el descansabrazos (creativo nombre), llevándome la mano al rostro, reflexiono un poco de estas mis 1,456 semanas en el planeta. Pero de todas las frases que he oído desde ayer, y que estaré escuchando y diciendo a lo largo del día, me surgen varias dudas:
¿De qué año es el caldo?, ¿qué edad tiene la tos o la injuria? ¿qué tanto sabe el diablo, y en qué se especializa? ¿es cierto que el tiempo todo lo cura, como el cáncer? Podría ser si la muerte fuera una considerada una cura, no lo creo. ¿Habrá cerros que no reverdezcan, como los que dice mi mamá que plancha a diario? ¿Cuán rápido se cocerá un chavito(a)? ¿verdaderamente será al primer hervor? ¿quién habrá dicho eso, la tamalera que arrestaron?
Preguntas que surgen como barros en el rostro adolecente de un joven emo, que al igual que éstos, nunca se disipen. Pero con el tiempo he aprendido a no cuestionar siempre los dichos ni las usanzas mexicanas.
Lo que con el tiempo no he aprendido es a controlar ese sentimiento extraño que sucede cuando la familia y/o amigos me cantan “les petit matin” expuesto, con el pastel frente a mi, y el grupo completo rodeándome, como si fuera yo un cervatillo desvalido en medio de una manada de leonas; en serio, no sé por qué me incomoda el hecho, pero el sentimiento es una especie de vergüenza extraña, hermana de la pena ajena, comadre del miedo escénico; cosa que no debería pasar, pues me gusta ser el centro de atención, y el miedo escénico lo tengo más domado que Caroba (la vaca patinadora).
Mi día seguirá, seguro iré a brindar con la gente que se deje, seguro vendrán mis lacayos con carretones llenos de regalos, regalos tanto de los líderes mundiales como los más importantes para mí: los de ustedes.
Por lo que les agradezco su bonito gesto (y les informo que si leyeron esto, no habrá excusa que valga para no estar obligado, tanto moral como físicamente, a otorgarme un regalo).
Ahora disfrutemos estas imágenes de pasteles emblemáticos, ya que el año pasado fui criticado por antisemita por el pastel con el que ilustré mi texto autoconmemorativo. También les recomiendo ESTA publicación de fruslerías.
Gracias de nuevo y por leer.
PAZ-tel!
