Friday, July 31, 2009
Friday, July 24, 2009
Del karma y diversas maldiciones
Veríamos Harry Potter, una vez realizada la transacción del papel moneda por el papel entrada fuimos a comprar algo para botanear, un pequeño canapé ¿qué tal un mactrío de Big Mac? Nos pareció una elegante idea.
Sentados en la sala de cine, guardando recato para no entrarle al alimento chatarra capitalista hasta que las luces se hubieran ido, esperamos y esperamos; hasta que una mujer clase media trabajadora aspiracional C-, entró a la sala a informarnos que –cito: “la chica de proyección tiró la película…” Quizá porque la película, plagada de blasfemias, transgredía profundamente sus creencias religiosas, quizá porque en Lord Voldemort vio a Satanás en persona, quizá seguía indignada con Emma Watson por enseñarle los pechos a su novio, para que este listillo, lo capturara en foto y subiera las imágenes a la red, e igual nomás por bruta.
Así que estuvimos entrando semi legalmente a varias salas en el cine, hasta llegar a la sala 4, en donde daban (como decía mi abuelo) la de Enemigos públicos.
Decidimos abandonar la práctica nómada dentro del inmueble (mejor para la dueña de mis quincenas, porque veríamos a Johnny Depp vestido como en los años 30 peleando contra Batman, -ella soñada).
El tema fue mi karma. Karma que no me he ganado, porque nunca me he burlado de la gente, nunca critico, nunca molesto a nadie; prácticamente sólo me falta un poco más de levadura, tener linaza y avena en el rostro y estar envuelto en una servilleta porque soy un pan, un pan de Dios.
Ándele, así mismo.
Con esto me refiero a que junto a mi había una mujer que no paraba de hablar, no tenía recato en bajar el volumen de su voz. Ya saben, haciendo comentarios obvios de lo que sucedía en la película, anunciando en cada cambio de escena el personaje que estábamos viendo: “ Ira, es la novia del otro” o “ira, ese es el de la cárcel” o semejantes.
Imperó en mi las ganas de pedirle con un amable gesto que guardara silencio, y con “amable gesto” quiero decir a recetarle un codazo en la boca, dejándole mi codo toda la película como un souvenir, cual lechón medieval. A su acompañante tal vez le hubiera servido también mi zapato con todo y su polaina, porque lejos de molestarle, la incitaba a seguir participando con la clase.
Exigía justicia, y cada vez que llegaba al límite permitido por el CEDENUE (Centro de Decibelometría de la Nueva España), la volteaba a ver pelándole los ojos a ver si por lo menos se callaba del susto, pero no. Yo quería para ella la hoguera, aunque no me fueron concedidos los castigos, no hubo fuego, vaya, ni siquiera azotes. Sólo me quedó cambiarme de lugar.
Pero eché una maldición al aire, extendiéndola como la urbi et orbi: todo aquel que se atreva a molestarme en un cine, será castigado, ¿cómo? Digamos que sus gónadas se verán involucradas.
Gracias por leer y por guardar silencio en los cines.