Flaming Temple Nails o Cómo me quedé sin cinturón
Corría normal el viernes, y digo normal, porque había salido temprano de la mina en la que trabajo.
Encontrábame yo comiendo, cuando recibí una llamada a mi zapatófono espía, de un gran amigo mío invitándome a reunirnos en una ceremonia nocturna musical de un tal Kanye West. En lo personal no me gusta mucho, no me molesta como si me hubiesen invitado a ver a sin Bandera, mas había escuchado algunas rolitas de él y no pensé que fuera mala idea. No lo fue.
Digo, se me hizo un poco tarde para llegar a tiempo, pero llegué. Aparte era una buena ocasión para ver al muchacho que tenía mucho tiempo de no ver.
El sábado ocurrió como todos los sábados, me desperté, los pajarillos trinaban al traerme mi bata, las ardillas peinaban mis rizos rubios, las musarañas acicalaban mis barbas y bigotes, las sanguijuelas se alimentaban de mi piel muerta y todas las sabandijas de la creación me ponían guapo gradualmente mientras trataba de quitarme la modorra.
Para no aburrirlos con detalles de una mañana corriente, adelantaremos la crónica hasta el momento en el que la señorita Pedrolas, el Perfecto extraño y yo comíamos pizza gratuita, cortesía de Domino’s y su repartidor poco avispado.
Con la barriga llena de carbohidratos emprendimos el viaje hacia el foro Sol, donde ocurría un festival patrocinado por un celular y donde se presentarían los Stone Temple Pilots, The Flaming Lips y Nine Inch Nails.
Como era un día especial, decidí no vestirme con mis habituales garras, mis harapos cuyo único sostén es un mecate en el que mi vecina cuelga sus calzonzotes. No, esta vez un cinturón de piel humana sostenía mis pantalones.
Al llegar a las puertas del concierto, un oficialete me invitó a subirme la playera, para asegurarse que no traía soplamocos hechos con mitades de globos y carrete de cinta adhesiva, o una ojiva nuclear. Cuando me dijo con melodiosa voz:
-uy, su hebilla no pasa.
-¿cómo chingados no, por qué? –repliqué con elegancia-
-no pasa, déjela aquí.
Volteé a ver y una señora se encargaba de repartir boletitos como guardarropa, no pensé que hubiera mayor problema, -¡chale! se me van a caer los pantalones –pensé-. Al quitarme el cinturón el encargado de la montaña de bienes materiales, dijo, -tss, ni está tan grande… lo guardó en una bolsa y me lo dio. Llegué con la señora, le dejo el cinturón en su mesita para que me lo catafixiara por un boletito y dijo: -son veinte pesos…
-¿¡Qué!?, por qué rayos me está cobrando algo a huevo!?- insistí. ¡Quédese con el pinche cinturón!
-¡Oiga, no me deje su cinturón ahí!- discutía la señora.
-Ahora es SU problema –le dije, y le dí la espalda.
Siguió gritando cosas, tratándome de amenazar con que lo iba a regalar. En serio ya no me importaba, dejó de ser mío desde que abandonó el tierno calor que mi cintura, que ha ido labrando la salsa, el mambo y el chachachá, le brindaba.
Me pareció absurdo que si un hombrecito disfrazado de policía y sobrado de potencia, condicionara mi acceso al evento por culpa de mi Bati-hebilla, que en nanosegundos se pudo haber desprendido para clavarse como una estrella ninja en el ojo de algún rockero, o desplegado un cable para subir hasta la trusse cenital del escenario (…), y que encima de que me lo quitaran, tuviera que pagar, así fueran dos pesos, ¡eso es extorsión!
Encontrábame yo comiendo, cuando recibí una llamada a mi zapatófono espía, de un gran amigo mío invitándome a reunirnos en una ceremonia nocturna musical de un tal Kanye West. En lo personal no me gusta mucho, no me molesta como si me hubiesen invitado a ver a sin Bandera, mas había escuchado algunas rolitas de él y no pensé que fuera mala idea. No lo fue.
Digo, se me hizo un poco tarde para llegar a tiempo, pero llegué. Aparte era una buena ocasión para ver al muchacho que tenía mucho tiempo de no ver.
El sábado ocurrió como todos los sábados, me desperté, los pajarillos trinaban al traerme mi bata, las ardillas peinaban mis rizos rubios, las musarañas acicalaban mis barbas y bigotes, las sanguijuelas se alimentaban de mi piel muerta y todas las sabandijas de la creación me ponían guapo gradualmente mientras trataba de quitarme la modorra.
Para no aburrirlos con detalles de una mañana corriente, adelantaremos la crónica hasta el momento en el que la señorita Pedrolas, el Perfecto extraño y yo comíamos pizza gratuita, cortesía de Domino’s y su repartidor poco avispado.
Con la barriga llena de carbohidratos emprendimos el viaje hacia el foro Sol, donde ocurría un festival patrocinado por un celular y donde se presentarían los Stone Temple Pilots, The Flaming Lips y Nine Inch Nails.
Como era un día especial, decidí no vestirme con mis habituales garras, mis harapos cuyo único sostén es un mecate en el que mi vecina cuelga sus calzonzotes. No, esta vez un cinturón de piel humana sostenía mis pantalones.
Al llegar a las puertas del concierto, un oficialete me invitó a subirme la playera, para asegurarse que no traía soplamocos hechos con mitades de globos y carrete de cinta adhesiva, o una ojiva nuclear. Cuando me dijo con melodiosa voz:
-uy, su hebilla no pasa.
-¿cómo chingados no, por qué? –repliqué con elegancia-
-no pasa, déjela aquí.
Volteé a ver y una señora se encargaba de repartir boletitos como guardarropa, no pensé que hubiera mayor problema, -¡chale! se me van a caer los pantalones –pensé-. Al quitarme el cinturón el encargado de la montaña de bienes materiales, dijo, -tss, ni está tan grande… lo guardó en una bolsa y me lo dio. Llegué con la señora, le dejo el cinturón en su mesita para que me lo catafixiara por un boletito y dijo: -son veinte pesos…
-¿¡Qué!?, por qué rayos me está cobrando algo a huevo!?- insistí. ¡Quédese con el pinche cinturón!
-¡Oiga, no me deje su cinturón ahí!- discutía la señora.
-Ahora es SU problema –le dije, y le dí la espalda.
Siguió gritando cosas, tratándome de amenazar con que lo iba a regalar. En serio ya no me importaba, dejó de ser mío desde que abandonó el tierno calor que mi cintura, que ha ido labrando la salsa, el mambo y el chachachá, le brindaba.
Me pareció absurdo que si un hombrecito disfrazado de policía y sobrado de potencia, condicionara mi acceso al evento por culpa de mi Bati-hebilla, que en nanosegundos se pudo haber desprendido para clavarse como una estrella ninja en el ojo de algún rockero, o desplegado un cable para subir hasta la trusse cenital del escenario (…), y que encima de que me lo quitaran, tuviera que pagar, así fueran dos pesos, ¡eso es extorsión!
En fin, el concierto, valió totalmente la pena, así me hubiera quedado sin ropa, todo mejoró cuando los Flaming Lips pusieron a todo mundo de buenas con sus teletubbies barbones y sus globos, cuando Scott Weiland salió desbalanceado a recordar los himnos de toda una generación y cuando los Clavos de Nueve Pulgadas nos iban dejando atónitos, mudos, ante el derroche de efectos visuales fusionados con música genialmente poderosa, que hasta nos quitaba el frío o nos lo hacía olvidar por lo menos.
Cuando regresé a mi mazmorra, sorpresivamente seguía poseyendo aquellos pantalones y un gran día encima, lleno de música y de aventuras.
Las fotos se las volé por ahí al Economista, porque no tomé propias. Las fotos de NIN, búsquenlas, en serio el show estuvo buenísimo.
Gracias por leer
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